jueves, 27 de julio de 2017

Ay señor, llévame pronto...


En la última entrada publicada tratábamos de dar nuestra opinión sobre la situación que se está viviendo últimamente en el hospital donde trabajamos desde hace más de 20 años.

Nos propusimos que fuera una entrada seria y rigurosa donde exponer nuestro punto de vista. Pero como solemos decir, la realidad suele superar con creces a la ficción y termina invitándonos a volver a hablar de ciertos temas. 

Y es que los últimos acontecimientos vividos en el hospital de La Línea no pueden ser más kafkianos, propios del mejor guionista de películas de humor negro británico, de Monty Piton o del mismísimo Berlanga.

Desde primavera corría el rumor de que en breve iba a venir una persona de contrastado prestigio y dilatada experiencia a ayudarnos con el traslado al nuevo hospital. El nombre se guardaba con celo para que el efecto dramático y mesiánico del nombramiento fuera espectacular. Entre tanto tuvimos cambios a nivel de consejeria y el Servicio Andaluz de Salud. La llegada tendría que esperar.

Iban pasando las semanas y, al fin, a primeros de julio, tanto la dirección como la delegación provincial anunciaron públicamente en una reunión con la Plataforma Cívica de Defensa del Hospital que pronto se incorporaría un nuevo coordinador para encargarse del traslado y que, además, asumiría competencias de dirección.

Todos pensamos, con la reivindicación de la segregación sobre la mesa, que la nueva incorporación se terminaría convirtiendo en el nuevo gerente del hospital de La Línea, "la gran esperanza blanca" que reflotaría el hospital para llevarnos al flamante nuevo edificio.

Poco después nos visitaron la nueva gerente del SAS, Francisca Antón, y la nueva directora general de asistencia sanitaria y resultados en salud, Dolores Alguacil. En la reunión con profesionales, con sindicatos y con la propia plataforma volvieron a hablar de las futuras incorporaciones y que, con ellas, se cumpliría el compromiso de hacer los primeros traslados en octubre.


El advenimiento se había producido y el elegido era Joseba Barroeta Urquiza, más de 30 años de experiencia en alta gestión hospitalaria (entre ellos el hospital Virgen del Rocio) y en paro desde que en febrero dejara de ser gerente del hospital de San Juan de Dios de Bormujos, quién, en su discurso de presentación, ya hizo una declaración de intenciones.

Parecía que empezábamos a ver luz al final del largo túnel en el que nos habíamos metido desde que en 2006 fuéramos considerado el peor hospital de Andalucia según este demoledor artículo que publicó El Pais.

Pero el destino es caprichoso y ese mismo día, al tiempo que se producían estos dos anuncios, por un lado, Inmaculada Nieto, parlamentaria andaluza de Izquierda Unida, se comprometía a vigilar la gestión del SAS en el hospital de La Línea y por otro, Redacción Médica publicaba una noticia donde se anunciaban los candidatos a dirigir dos grandes hospitales de la Comunidad de Madrid, noticia que se ampliaba dos días más tarde glosando los curriculums de los aspirantes

El Sr. Barroeta estaba entre los candidatos a dirigir los dos centros.Aunque no lo sabíamos, la mecha estaba ya encendida y los acontecimientos se sucedieron rápidamente. 

Los sables políticos se movieron rápido. 

El lunes empezaron los traslados de despachos, los cambios de ubicación y comenzamos a trabajar en el traslado. Al fin. Las herramientas del Sr. Barroeta: una agenda, un bolígrafo, un dossier con indicadores hospitalarios y algunos planos. 

El martes siguiente, mientras el Sr. Barroeta ya empezaba a tomar decisiones (que faltita nos hacían), Izquierda Unida pedía su destitución al tiempo que los sindicatos pedían explicaciones. El runrún de comentarios sobre su presencia en la lista de candidatos a dirigir hospitales en otra comunidad aumentaba.

El miércoles empezó ajetreado para Barroeta: visita al nuevo hospital, informes sobre dependencias y equipamientos. Salvo por la presencia de Barrotea, para el resto parecía un miércoles normal. Pero no era un miércoles de normal sino miércoles de feria, día en el que tradicionalmente gran parte del personal hace las comidas de convivencia durante la semana grande de la ciudad. Por eso invitamos al recién llegado a acompañarnos pero se excusó diciendo que tenía una reunión a media tarde.

Mientras medio hospital comia, cotilleaba sobre las nuevas incorporaciones, hablaba del presente y del futuro, bailaba, bebía y se divertía sin pensar en nada, en el hospital se celebraba una reunión trascendental.

Nada ha trascendido del contenido de dicha reunión. Muchas son las especulaciones por los pasillos de hospital. Lo único que está claro es que desde ese momento ya no hemos sabido más de Barroeta. 

El viernes, siguiente día laborable, su despacho estaba vacío. Ya no estaban ni él ni sus cosas. Era como si nunca hubiera estado. Nadie sabia que había pasado. Nadie era capaz de dar una respuesta concreta.

El martes (el lunes fue festivo local por la feria) ya vimos la noticia. Barroeta había renunciado. ¿Por qué? Ninguna explicación más.

Tan solo Izquierda Unida, coherente con su petición, ha hecho declaraciones públicas al respecto alegrándose de su marcha.

Apenas una semana después de la llegada de nuestro prometido rescatador, nos hemos quedado compuestos y sin novio y con cara de haber participado como extras de una película sin saberlo; de una sátira muy parecida a la fantástica "Un Funeral de Muertede Frank Oz , una recomedabilisima comedia negra, obviamente la temática no tiene que ver nada con el hospital, donde las cosas se van torciendo poco a poco y siempre, cuando crees que no puede ir a peor, la cosa da una nueva vuelta de tuerca. 

Así que, a poco más de dos semanas para irme de vacaciones, solo se me ocurre decir: Señor, llévame pronto.


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miércoles, 12 de julio de 2017

Cabeza de ratón


Hace ya unas cuantas semanas que no publicamos en el blog, pero es que la situación en nuestro hospital no nos deja demasiado espacio para poder centrarnos en otras cosas.

Entre todo lo relacionado con el periodo estival (nuevos profesionales, programación de actividad, etc), el nuevo hospital al que algún día nos trasladaremos (y sobre el que vamos trabajando "despa-cito") y, sobre todo, la reciente reclamación sindical de segregarnos de nuestro área de gestión, consumen casi todo nuestro tiempo.



Pero si hace unos meses nos atrevimos a analizar lo que estaba pasando en Granada ¿Cómo no íbamos a atrevernos a opinar sobre lo que está pasando en el Campo de Gibraltar?



No sorprenderemos a nadie si decimos que el Campo de Gibraltar es un entorno socioeconómico y político muy particular, marcado por los localismos y el tradicional uso de las estructuras sanitarias en la confrontación política (en cada municipio y entre municipios).

En ese escenario, en 2003 se constituyó el Área de Gestión Sanitaria del Campo de Gibraltar, donde se incluía el hospital de La Línea, siendo el tercer área de gestión sanitaria más antigua de Andalucía y la primera, y única, de toda la comunidad con 2 hospitales comarcales.

Dos hospitales comarcales, uno mediano y otro decrépito, y con plantillas diferentes, una joven y de carácter cuasi-universitario y otra avejentada, que debían aprender a convivir integrados con un distrito de atención primaria dividido en dos mitades orientadas a cada uno de ellos.

En definitiva, casi una quimera.

La inexorabilidad de los ejercicios presupuestarios, el acrecentamiento de los localismos, la crisis económica (y sus consecuencias), la reducción de la estructura directiva (cuando se decidieron las fusiones) y las jubilaciones (y sus nulas tasas de reposición) terminaron ejerciendo un efecto perverso. 

Dos hospitales que debían trabajar juntos pero que, inexorablemente, se iban orientando en sentidos contrarios. Uno quería crecer para convertirse en hospital de especialidades y de referencia y, el otro, el nuestro, que apenas se conformaba con sobrevivir.

Posiblemente la falta de una política directiva que impulsara definitivamente el proyecto y la cultura de área (el informe de la cámara de cuentas del que hablamos en este blog en 2011 habla de ello) o el proyecto de apertura de un nuevo hospital en La Línea que venía a sustituir al viejo y pequeño y que, en el fondo, suponía romper con estos precarios equilibrios, eran los ingredientes que le faltaban a un coctel ya de por si casi imposible.

El transcurrir de los años y el deterioro constante y soterrado de los equilibrios de poder entre ambos centros fue configurando un escenario en el que el hospital grande iba parasitando los recursos del pequeño al tiempo que el pequeño se iba haciendo más pequeño y menos atractivo y siendo entendido como un lastre para el que se cree grande.

Las consecuencias se han ido sucediendo: falta de especialistas de muchas especialidades, sensación de falta de liderazgo y capacidad de decisión en el hospital de La Línea, proyección de decrepitud de las instalaciones y así una lista casi interminable para generar un clima social y laboral nada confortable.


¿Qué tenemos hoy? 

Un hospital que se considera de especialidades que vampiriza al viejo hospital vecino que languidece mientras espera con ansias el traslado al nuevo edificio, un traslado que no llega nunca (pese a las reiteradas promesas políticas)

En este escenario, es entendible que tanto la ciudadanía (solo hay que ver el número de firmas que lleva la campaña en Change.org o las recogidas en las mesas informativas), los profesionales como los políticos del Campo de Gibraltar crean que el proyecto de área está acabado.

Nosotros siempre hemos defendido en público y en privado la idea del área de gestión, de que con impulso político y proyecto, la situación se podía revertir. Pero nos hemos ido quedando sin argumentos. Más aún si tenemos en cuenta que, como bien explica Sergio Minué en esta magnifica entrada, tampoco podemos afirmar sin dudar que el modelo de áreas integradas sea el mejor modelo posible. 

Así que, llegados a este punto, quizás lo mejor para todos, sobre todo para los ciudadanos del Campo de Gibraltar, sea hacer una especie de borrón y cuenta nueva. Hacer una reseteo en el que se reconozcan errores, se planteen soluciones, se rediseñen las carteras de servicio (incluyendo servicios y unidades intercentros) y se vuelva a escribir un proyecto de área pero, esta vez, dividido en dos partes.

Una solución en la que todos pierden un poquito pero en la que todos ganamos también un poquito. Quizás un área de gestión sanitaria para cada hospital permita que el hospital que aspira a ser grande pueda jugar a ser cola de león y que el otro, el hospital que con el nuevo edificio ya no será tan pequeño, vuelva a ser querido, reconocido y respetado siendo pequeño.

Quizás lo mejor sea dejar que el hospital de La Línea aspire en pequeñito, que aspire solo  a ser una de las mejores cabezas de ratón del sistema sanitario público de Andalucía.


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